lunes, 23 de noviembre de 2009

Romanticismo

La actividad consiste en crear un texto aplicando todas las características del Romanticismo que hemos trabajado en clase: ambientación, temas, personajes, estilo…


Este es el resultado


Duelo a la luz de la luna

Aquella noche no era una noche cualquiera. Aquella noche se percibía algo extraño en el ambiente. Se predecía una muerte. El viento silbaba fuerte entre los lejanos árboles del cementerio. La luna inundaba con su luz toda la explanada. Se podía ver la silueta del pueblo a lo lejos, en el horizonte. La noche era propicia para un duelo.

13 de Septiembre. Hoy. El mismo día en el cual, hace un año, dos amigos dejaron de serlo, dos amigos se juraron mutuamente que alguno de los dos daría muerte al otro. Hoy debía cumplirse el juramento.

Espero. Espero en este lugar donde me di cita con mi amigo, esta explanada que será testigo de una muerte. Espero. Pero él no aparece. Espero, Y, poco a poco, se empiezan a oír pisadas. Alguien avanza lentamente hacia mí. Empiezo a distinguir una silueta. Ahí está. Mi amigo. Mi enemigo. Aquel que debía matarme o morir.

Se para. Ahora le veo perfectamente. Nos miramos. Ninguno dice nada. Y la noche sigue reclamando esa muerte que parece esperar desde hace mucho tiempo. Todo en el ambiente parece estar pidiendo a gritos esa muerte. El paisaje tiene un toque fantasmal y misterioso. Todo a nuestro alrededor pide un duelo, un duelo a vida o muerte.
El viento cesa. Y todo comienza. Desenvainamos nuestras espadas y nos lanzamos el uno contra el otro. Nuestros metales se encuentran. Parecen haber ansiado este momento durante mucho tiempo. Los golpes mortales se suceden uno tras otro. El ruido que producen las espadas al chocar inunda la noche. Golpes y más golpes. El duelo no termina. Seguimos luchando…

Y de repente, un grito. Y silencio.

Nuestras espadas han dejado de chocar. Escucho los gemidos de dolor de mi amigo. No puedo creerlo. Miro la hoja de mi espada a la luz de la luna, y la veo teñida de sangre. Más gemidos. Miro a mi amigo. Está muriéndose poco a poco. Su sangre se va expandiendo a su alrededor, brotando de la estocada de mi espada en su costado. Ya dejó de gemir. Ha muerto. Finalmente, uno de los dos murió. El juramento está cumplido.


El viento comienza a soplar de nuevo. Mucho más fuerte que antes. Siento frío. Mucho frío. Y miedo. Miro a mi alrededor asustado. Hay algo extraño. Una luz ilumina el lugar, proveniente del cementerio. Las almas de los muertos reclaman el alma de mi amigo. Oigo ruidos extraños. Son las voces de los que ya murieron. Pero no llaman a mi amigo. Me llaman a mí. No están buscando el alma de mi amigo, sino que buscan mi alma. Es imposible. No puedo creer lo que esta pasando. No quiero creerlo. Más miedo. Escucho las voces, cada vez más cerca de mí. Y mi conciencia ahora me repite una y otra vez mi crimen. Ahora me doy cuenta de a quién he matado. Mi amigo. Mi amigo yace muerto a mi lado. Y lo he matado yo. ¿Por qué? ¿Por qué lo hice? ¿Qué me llevo a hacerlo? ¿Por qué? Enloquezco. Y en ese instante en el que enloquezco, cojo del suelo la espada de mi amigo y, concediéndome mi último pensamiento a arrepentirme de lo que había hecho, clavo la espada en mi pecho. Me iré con mi amigo. Adiós mundo. Adiós.

Rafael Leal 4º A

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